viernes, mayo 11, 2007

escritos industriales desde el hermetismo aparente


Cerro en Blanco y Negro


Tacitas llenas de agua, pequeños arcos en la piedra colmados del riego. Un riego municipal, que antes, sagrado, hoy es mediado por gente vestida de verde ácido, por el privado y el estanque municipal de la cima.

Estos huecos, desplazados matemáticamente a la redonda, se ordenan y urbanizan, se tiñen rojizos-románicos, y ubican en media luna bordeando la plaza. Son los mismos contenedores, que ahora invertidos, no soportan líquido, sino que abrazan en cruces, nichos y jardines naranjos, el polvo blanco que voló desde el cerro.

Solo quedan mínimas partículas de aquella piedra, que, al igual que las tacitas, se ha institucionalizado y materializado en el palacio de gobierno.

El cerro resiste, se deja contener y se esconde; tapado tras los arcos, desde el psiquiátrico, entre lo pabellones y yace ensombrecido por el San Cristóbal.

Se viola.

Se viola con pavimento, antenas telefónicas y faroles, con permisos de acceso del metropolitano y jardines sintéticos en su falda.

El cerro se queda, se aísla y se ignora; pirca sobre maya sobre reja sobre juegos, y reja nuevamente. Así se diagnostica y controla el desplazamiento esencial del cerro en la necesidad urbana del ‘desocultar provocante’; desenterrar la gruta mapuche, fermentarla en una ermita colonial en la cumbre, desplazarla hacia sus faldas en capillas de adobe -La Viñita-, para constituirla finalmente en Nuestra Señora de Montserrat.

Una virgen que renombra, posee y cuantifica el rito.

Colonizar, y desde la distancia, mirar de reojo aquella magia amenazante que pareciera se desborda y desvanece simultáneamente por los espinos y cactus.

En función, el cerro en sí no existe, sino que se manifiesta como un negativo programado; su despliegue en el entorno.

Filtrado y capitalizado predeterminadamente por una colonia ilustrada, se omite y duplica en una fotocopia mentirosa que, tangente, caminable y comercializable, abraza al vagabundo que alguna vez habitó dentro de él, -y al que ahora le es negada la entrada-para ofrecerle un supuesto similar.

Pero el cerro es torpe, bajo y redondo.

El cerro confronta y encara; no se da por sabido, y es así como enfrenta al municipio. Fragmentado, sólo se conoce por parcialidades, como operación sintética que, siniestra, deja un vacío oculto -al igual que aquel donde, en otro tiempo, se curó con agua sagrada-, que precisamente revela su verdad; el misterio que lo caracteriza, distingue e identifica.

El cerro no es sustituible, transformable, ni almacenable. Por más que se fuerce, no puede suministrar energía, porque lo es; una resguardada, temida y a la vez detenida. Manipulada y encubierta por falsa limpieza, juegos infantiles y finalmente la empresa.

Es entonces el cerro quien nomina, ordena e ironiza. Se ríe de tal fachada ritual descubierta, que propone la institución como magia.

1 Comments:

Blogger mix said...

chi,y querí un comentario depsués de eso?

11:27 p. m.  

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