lunes, febrero 25, 2008

S o b r e

Para el Ale S.que lee las estupideces de mi blog con constancia y está lejos durmiendo en camas otras.


Todos los recuerdos son exagerados.

Le temo a la interpretación y nostlagio la ingenuidad.

Me gustaría poder ver las camas con deseo. Hoy, de aquel sentimiento sólo quedan en mi memoria puras sensaciones; piernas muertas, pesadas, cayendo más allá del suelo entre suaves espumas y gigantes lienzos de algodón rosa.

Mi cama de niñez, mi cama de madera, mi cama justa, mi cama como espacio de devoción, mi cama como el único lugar del mundo luego de agotarme jugando a los disfraces con la vecina.

Nostalgio la sensación de deseo desinteresado; la horizontalidad desinteresada de la cama asexuada para quien sólo quiere soñar y descansar.

Pero eso es un recuerdo, un exagerado recuerdo, así que ya ni en eso creo.

Culpo a mi trabajo, gracias a él me he convertido en una radical condicionada a lo que piensa, asustada del carácter propio. No existe cosa tal como la ‘voluntad de poder’, se cree o no, nada de querer creer. Así es como terminé sospechando de todo, incluso de mi destino. Sospecho de mi sospecha, y quien trate de hacerme creer lo contrario, además de presentarse como un ignorante, pierde su tiempo. El pretender convencer, es tiempo perdido, rebalsa de soberbia ética, y resuena en vacío, especialmente cuando las palabras necias provienen de boca de burros.

Me he cansado de discursos, del interés oculto de habladurías políticas. Soy yo quien lidia con sábanas sucias diariamente, y quien no haya visto –realmente visto- pelo ajeno entre las gastadas hebras de una funda de mala muerte, conoce verdaderamente algo de la vida. Sólo la mezcla entre los impregnados residuos del olor de incontables cuerpos en las telas, sumados a la contingencia de las motas del algodón añejo en una colcha de franela acrílica, permite entender qué es ya no poder dormir sobre la cama propia.

Soy yo quien ya no desea.

Lamento parecer repetitiva, pero las cosas son como son; son lo que parecen. Esto es lo que pienso, y es el único modo de combatir la enfermedad contemporánea por excelencia; la hiper interpretación.

Es así entonces, que me reconozco como paradójica: creo radical y apasionadamente que, así como todo tipo de fe, el deseo tampoco es voluntarioso… y yo no lo tengo, no hace falta interpretar nada para entender eso.

La gente miente y las camas no.

Volviendo a mi tragedia -porque lo es- ojalá pervirtiese la cama, ojalá fuese eso. Ojalá viese únicamente sexo en ella, pero es peor. Padezco la segunda peor de las enfermedades – luego de la ya nombrada- y no hablo de insomnio. Desde que trabajo en este lugar, lo sé todo, incluso lo que no quiero saber. Sé el engaño, las manías, los amores, la muerte y sobretodo los pecados de quien duerme en estas camas. Cosas que jamás saldrían – ni en un confesionario- de la boca de las personas.

Trabajo en un hotel hace 3 años, soy mucama, y desde -creo- el trigésimo tercer día de trabajo, enfermé.

Me enfrento a fragmentos de vidas, fragmentos que sumo como totales, y reales. Texturas, retazos, pequeños montículos que conforman mapas topográficos delatadores de vida sucia.

Lo sé ¿Cómo algo muerto, cómo un mueble, cómo lo estático podría ser más verdadero que un relato, una vivencia, una historia incluso bien contada? Bueno, por lo mismo. Es la sospecha del habla en todas sus formas; demasiado móvil, demasiado aéreo. A mi la abstracción me supera, la posibilidad de una imagen en la conciencia me da náusea.

Padezco de la intuición que se da sobre las camas.

Nunca quise hacerlo, no pretendí poseer este poder -porque lo es- pero éste no se piensa, se da.

Entro a una habitación, me acerco al catre, veo la madera rayada, y la cama desecha. Ve mi trabajo, pero más que eso, veo mugre. Observo las arrugas de las sábanas, logro oler las temperaturas de los dobleces, oír la energía de lo que se pliega, repliega y despliega como destino. Así es como quien lee las arrugas de las manos, el café y las estrellas, yo leo camas usadas.

Leo lo esencial y siniestro de un cuerpo muerto que abandona su energía y último hálito de negra honestidad en esta superficie que parece ser sólo un soporte sin identidad.

La cama parece y la gente aparece.

Yo estoy oculta bajo mis ojeras, bajo el dolor lumbar de aparentar dormir sobre un sillón, pero por sobretodo, oculta en el miedo de saber lo que me he esforzado por auto esconder toda la vida.


Ya no duermo en camas, y si lo hago, espero enceguecer o no despertar nunca.